Migración, geografía y desertización

  • septiembre 17,2018

Sí, la población española está envejeciendo porque la esperanza de vida se alarga y cada vez nacen menos niños. Sí, hay zonas del ámbito rural que están sufriendo un proceso de desertización. Sí, la incipiente salida de la crisis ha devuelto a España al saldo positivo de la migración, con más llegadas que salidas de personas. Todos estos fenómenos están marcando el futuro de la sociedad de este país, pero a juicio de Dolores Sánchez, presidenta del Grupo de Población de la Asociación de Geógrafos Españoles (AGE), intrínsecamente, no son buenos ni malos. Depende de que los políticos tomen “medidas que decidan qué modelo de país queremos tener en el futuro”.

Sánchez ha participado en el Congreso de Población Española que ha organizado la Universidad de Alicante (UA). En él, se ha abordado, por primera vez, “la reconfiguración que ha tenido lugar tras la recuperación económica que ha sucedido a la crisis”. El panorama que han dejado 10 años de emergencia económica que los geógrafos prefieren llamar “cambio socioeconómico”, ya que ha dejado a los ciudadanos de todo el planeta en un lugar peor que el que ocupaban antes de la caída de Lehman Brothers, acaecida hace ahora justo una década.

Según Sánchez, hay diferentes variables que dibujan el nuevo mapa humano español. Baja fertilidad, nuevos flujos migratorios y despoblamiento del área rural. Y todos están entrelazados. Antes del estallido de la crisis, la inmigración no paraba de crecer. La población española no dejaba de aumentar. Y los números de natalidad y mortalidad comenzaban a cuadrar en un país al que le cuesta tener hijos y con la segunda esperanza de vida más alta del planeta. Sin embargo, “con la crisis se frenó la inmigración y comenzó un proceso de expulsión, no tanto de españoles como de extranjeros”. Este proceso se ha revertido de nuevo. “Ahora estamos volviendo a tener una ganancia neta”, es decir, viene más gente de la que se va.

Según los expertos, los que vuelven no son los españoles que salieron. Que tampoco fueron tantos. Joaquín Recaño, profesor de Geografía de la Universidad Autónoma de Barcelona”, apunta que “el 88% de los españoles que se contabilizaron como migrantes eran, en realidad, extranjeros que habían conseguido la nacionalidad española”. Este grupo poblacional aprovechó “el estatus residencial para emigrar a otros países”. Pero la situación se ha revertido. Están de vuelta, con dos cambios significativos. “Se ha apreciado un aumento de inmigrantes procedentes del Magreb, especialmente de Marruecos”, señala Recaño. “Y también se percibe la respuesta a la emergencia económica de Venezuela, un país cuyos ciudadanos no necesitaban visados hasta ahora para viajar, porque no tenían tradición”. Pero que, ahora, protagonizan un flujo migratorio incesante.

El regreso de la población extranjera aporta mano de obra y aumenta la natalidad. Pero Dolores Sánchez avisa de que debemos saber “cómo impedir que se formen guetos o zonas de riesgo de exclusión y en ámbitos urbanos”. Mientras la crisis devoraba el tejido socioeconómico nacional, “la pérdida de población extranjera contribuyó a obviar este asunto, pero con la recuperación, hay que abordarlo, porque de lo contrario se generan tensiones sociales y se favorece el auge de discursos populistas y de ultraderecha”, como está sucediendo en buena parte del continente. “Se habla mucho de la integración y del multiculturalismo, pero lo cierto es que también se necesitan políticas que ayuden a evitar los guetos”. La fricción no se da tanto con los que llegan, sino con sus hijos, “que ya son españoles pero que no se sienten identificados ni con su origen ni con su país”.

La inmigración, además, es imprescindible para fortalecer la base de la pirámide de edad, un ídolo de barro que adelgaza por abajo y se robustece por arriba. “Debemos preguntarnos por qué en Francia la media es de dos hijos y en España apenas llegamos a 1,2”, sostiene Sánchez. De hecho, “hemos llegado al punto en el que la gente ya se plantea que es mejor no tener hijos”. “Naturalmente, hacen falta medidas que favorezcan la constitución de una familia y la conciliación laboral”, continúa, “pero el diagnóstico es más fácil que el desarrollo del tratamiento. Nuestro reto es pasar del diagnóstico a la acción”.

Si los españoles “no aportamos habitantes, otros lo harán”. Pero en este punto, nos topamos con una paradoja, en su opinión. “La Unión Europea está lanzando mensajes contradictorios. Por un lado, no quiere gente de fuera. Por otro, sabe que necesita gente de fuera”. Sánchez insiste: “Nos preocupa tanto el crecimiento desmedido en otras zonas del mundo, como el África subsahariana, como el nulo crecimiento que tenemos en nuestro entorno”. Y frente a las políticas de contención de fronteras, “tendremos que ver con normalidad que la población que evite el envejecimiento de nuestra sociedad venga de otros ámbitos”. Entre otras cosas, “porque no se pueden poner barreras a África teniendo en cuenta el diferencial de población existente, que ejerce una presión que no se detendrá mañana”, advierte la experta.

Esta apertura de puertas ofrecería la posibilidad de potenciar la rehabilitación de las zonas rurales despobladas. “El despoblamiento de las áreas rurales de interior comienza a sufrir procesos muy urgentes. No parece que haya posibilidad de retorno. Los municipios poblados por ancianos desaparecerán”, alerta Sánchez. Durante la eclosión del ladrillo, en la época de vacas gordas, “la población se agrupó sobre todo en las áreas urbanas. Pero también rejuvenecieron las zonas rurales menos remotas, las más cercanas a las grandes ciudades”. Pero el incipiente proceso de expansión de los extrarradios se truncó y el rebrote económico, de momento, no pasa por aquí. “Ni los españoles ni los extranjeros quieren vivir sin servicios, como supermercados, centros de salud o colegios”, subraya la geógrafa. “Y sin medidas políticas realmente encaminadas a revertir esta desertización, no hay solución”.